domingo, 19 de septiembre de 2010

La Criada y Prudencia

(Ensayo de Juan Manuel Revol)
La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, es un “drama” rural “de mujeres de los pueblos de España”. En su obra, García Lorca logra capturar el dramatismo de una casa española regida por Bernarda, mujer autoritaria que no tiene escrúpulos a la hora de mandar. Sus mandatos no contemplan distinción alguna entre sus criadas, sus hijas o su madre. Esta casa se transforma así en una suerte de prisión: una prisión donde Bernarda resulta la carcelera indiscutida, un infierno donde cada personaje busca sobrellevar su estadía y sortear las numerosas complicaciones y desdichas fruto de la inquietante convivencia con Bernarda. La Criada y Prudencia son dos personajes posiblemente opuestos: mientras la primera es una de las víctimas del autoritarismo inescapable de la dueña de casa y debe superar las adversidades del ambiente hostil que la circunda, la segunda es una mujer semejante a Bernarda (podríamos considerarla, inclusive, su “amiga”), preocupada por el qué dirán y sumamente prudente, es decir, socialmente correcta.
El autor no da a conocer el nombre de la Criada. Posiblemente, sea una estrategia de García Lorca para restarle importancia al personaje, después de todo, Bernarda Alba no deja de remarcar a lo largo de la obra las diferencias entre ella y sus criadas, degradándolas en un sinfín de ocasiones. Los objetos que caracterizan a la Criada en la puesta en escena son elementos domésticos, empleados en la limpieza de la casa, tal como el jabón y la bayeta. La Criada no es sólo una subordinada de La Poncia, sino también una fiel cómplice; comparte con ella sus opiniones de la casa. La Poncia habla sin tapujos con la Criada, frente a ella no teme acusar a Bernarda de “mandona” y “dominanta”. Es por esto que es posible deducir que la opinión que la Criada guarda de la casa y de Bernarda no es distinta de la de La Poncia; caso contrario, La Poncia no la hubiera escogido como su confidente.
El lenguaje de la Criada se caracteriza por un tono sumiso (cabe destacar que es el único personaje que monologa en la obra). En ningún momento la Criada insinúa una mínima resistencia u oposición a sus superiores (a diferencia de La Poncia, que no teme remarcar a Bernarda que no quería reconocer la verdadera naturaleza de la discordia que reinaba en la casa). No sólo es sumisa ante Bernarda, sino también ante La Poncia: esto deja entrever su baja jerarquía en la casa y la poca importancia que podría llegar a tener su opinión. Los demás personajes no hablan de ella, su falta de protagonismo la transforma en una entidad a veces apenas perceptible. A través de lo que ella dice de sí misma, es posible saber que tiene una niña y que es pobre: “¿Por qué no me das para mi niña, Poncia?” pide la Criada a La Poncia un poco de chorizo. Otra evidencia de su pobreza se da cuando dice a una mendiga que viene por las sobras a la casa de Bernarda: “Por la puerta se va a la calle. Las sobras de hoy son para mí.” También, es posible notar que la Criada es una mujer trabajadora y sacrificada, ella bien dice, “Sangre en las manos tengo de fregarlo todo.” Otro rasgo que caracteriza a la Criada, por sobre los demás personajes, es el afecto que demuestra hacia el difunto esposo de Bernarda. Tal es este afecto que ella misma declara: “Yo fui la que más te quiso de las que te sirvieron.”
La Criada no demuestra involucrarse demasiado (nuevamente, a diferencia de La Poncia) en los conflictos de la casa. Ella se limita a hacer su trabajo y a no opinar. Se relaciona, principalmente, con tres personajes de la obra. La Poncia, como habíamos establecido, es su superior y confidente. En ella confía, y se siente a gusto dialogando con un par. Con Bernarda, la relación es enteramente de subordinación. Cumple indiscutidamente todos sus mandatos, jamás se atreve a responderle ni a sugerir una mínima resistencia a su ferviente autoritarismo. Por último, algo que caracteriza a la Criada, es su relación con María Josefa, madre de Bernarda. La Criada es la mujer de la casa que siempre está a cargo de vigilar a la anciana en la sombra de su encierro, controlarla cuando está suelta, salvaguardarla de la vista de los vecinos… Podríamos decir que la Criada es la encargada de María Josefa por excelencia. Siempre que hay problemas que vinculen a su madre, Bernarda acude a la Criada para solucionarlos. Parece cumplir bien la tarea de retener a María Josefa, porque siempre aparece apenas un momento antes o instantáneamente después de que la octogenaria entra en escena.
La Criada es, en su totalidad, un símbolo de la sumisión de la clase baja y el desinterés político, una entidad ligada a la fricción de los mandatos superiores, en este caso, los mandatos de Bernarda Alba y, en menor medida, de La Poncia.
Por otro lado, Prudencia es una de las compinches de Bernarda. Es un claro ejemplo de las amistades aristócratas (o al menos, de las amistades de aquellos que pretenden ser aristócratas) de los pueblos de España. Bernarda no se rebaja a hablar con nadie, sin embargo, escucha a Prudencia y la respeta. Tal como su nombre lo indica, Prudencia es prudente: logra discernir lo bueno de lo malo y adecuarse a lo que socialmente corresponda. En otras palabras, Prudencia es una amiga ideal para Bernarda Alba. No se caracteriza por llevar ningún objeto significativo, sin embargo, es posible advertir su fe devota al preguntarle a La Poncia: “¿Han dado el último toque para el rosario?”
Prudencia es un agente externo a la casa, por lo tanto, desconoce las intrincadas y destructivas consecuencias de la dinámica de funcionamiento doméstico de Bernarda. En su visita, pregunta ingenuamente por el futuro casamiento de Angustias: “Y Angustias, ¿cuándo se casa?”, desconociendo la tensión que se agravaba en la casa en torno a ese tema. Esto da muestras, una vez más, de la nefasta eficacia de Bernarda a la hora de aparentar y cuidar celosamente el “qué dirán”. Por lo que ella cuenta en su visita a la casa de Bernarda Alba, sabemos que Prudencia es la esposa de un marido que no se muestra por haberse peleado con sus hermanos por una herencia. A esto, Bernarda responde: “Es un verdadero hombre”. Otra vez, la situación nos vale para dar cuenta clara de lo estricta y orgullosa que es Bernarda. También, sabemos que Prudencia tiene una hija, a la que su marido “no ha perdonado”. Desconocemos el porqué, pero esto apena profundamente a Prudencia, tanto que declara: “Yo dejo que el agua corra. No queda más consuelo que refugiarme en la iglesia”.
Prudencia es una mujer conservadora, que, como Bernarda, cuida la honra e imagen (aunque en ocasiones le duela y lo reconozca). Representa, naturalmente, como su nombre lo indica, a la virtud de la Prudencia, aunque en este contexto no resulta enteramente buena. En los pueblos de España, ser prudente es hablar lo justo y necesario, y seguir rigurosamente los protocolos para ser socialmente aceptado, reprimiendo ideas y emociones.
Para concluir, La casa de Bernarda Alba crea un efectivo contraste entre distintos personajes femeninos. Mujeres autoritarias, sumisas y rebeldes; mujeres pobres y sencillas y mujeres ricas y especuladoras: todas ellas disponen el desarrollo de este teatro que se caracteriza por su naturaleza lírica, rural y, sobre todo,  por las mujeres.   

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